Ansiedad social


Medio kilo de carne picada. Medio kilo de carne picada. Medio kilo de carne picada. Entro a la carnicería y ya con que haya una persona adelante siento que los ganglios de la garganta se me hinchan y me empiezan a cosquillear las orejas. Si al menos eso mitigara el olor a sangre, pero no. Lo siento todavía más. 

—Hola —digo, pero ni me registran. 

 Hablan de algún partido de futbol entre el Sacachispas y no sé qué otro club local y el sonido del cuchillo pasando por la chaira me va empujando hacia atrás hasta clavarme en la pared. 

—Hola, don Julio. —Una señora entra empujando la cortina de tiras de colores. 

—¿Cómo está, doña Mercedes? 

Sonrío a modo de saludo, aunque la doña ni me ve. Seguro que es para mejor. No hace falta que nadie vea mi dolor. 

—¿Algo más, Marquitos? 

—No, Julito, eso es todo. 

El carnicero le cobra, le da su bolsa y se saludan con un apretón de manos por encima del mostrador refrigerado. 

—¿Qué desea? 

 —Medio kilo de carne picada —creo levantar la voz para que me escuchen, pero sale más como un pollo cobarde que otra cosa. 

 —Córteme unos 10 bifes para milanesa, por favor. —Y claro que doña Mercedes habló al mismo tiempo que yo, así que el carnicero nunca me escuchó. De cualquier manera, soy presa de la pared, así que no pasa nada—. ¡De una carne buena, eh! —continúa doña Mercedes—. ¡Porque, la última vez, me dio una llena de nervios que ni se podía comer, don Julio! ¡Por favor, tráteme bien que soy clienta desde siempre! 

—Imposible, señora —el carnicero dice con una sonrisa abierta—. A la carne la debió haber puesto nerviosa usted. 

Dos personas más entran y una de las tiras de la cortina me golpea en la cara como si yo fuera una mosca rondando la carne maloliente que se deja fuera de la heladera. 

—¡Eh, despacio con las cortinas! —dice el carnicero indignado y señala justo a donde estoy yo. Al fin. Capaz que, después de Doña Mercedes, me mire y así voy a poder decirle medio kilo de... —¿No ves que lastimás la pared? Te voy a llamar a vos para arreglar la pintura. 

Todos se ríen. Todos menos yo, que solo quiero pedir mi medio kilo de carne picada y volver a mi casa. 

—¿Quién sigue? —pregunta el carnicero. 

Intento gritar y levantar mi mano, pero no tengo voz y mi mano... ¿Qué pasa con mi mano? Miro mi cuerpo. 

—¿Me da cuatro pechugas, por favor? 

Mi cuerpo está plano, débil. Fino como la bolsa en la que el carnicero mete las pechugas. Entran más personas. 

—¡Próximo! —dice el carnicero. 

Mi piel se pone gris oscura. Rugosa.El próximo pide medio kilo de carne picada. Mi medio kilo de carne picada. Yo me termino de fundir con la pared.

Siguiente
Siguiente

Infierno